Todo estaba
dispuesto para abordar el tren: habían desfilado ordenadamente, cual
soldados en formación para hacer honor al sumo comandante,
respetando todas las normas cívicas, permitiendo la salida ordenada
de los demás pasajeros, para luego sucumbir ante el impulso y
arrojarse hacia la entrada del vagón como una horda de borregos
desenfrenados. Se acomodaron en el reducido espacio de forma
semejante a cigarrillos en una cajetilla, a fichas de rompecabezas, a
bloques de Lego, ordenados casi a nivel molecular, ocupando cada
diminuto resquicio, en una estructura tan rígida que solo indefensa
ante la fuerza de la inercia. Cada uno de los pasajeros en su propio
universo, embotado en la pantalla de su celular, bajo la estridencia
del movimiento del tren sobre los rieles, de una música
irreconocible proveniente de múltiples audífonos, de algún aislado
susurro o de alguna conversación teléfonica que se escucha sin
intención.
Inesperadamente, los
rostros se ven invadidos por geston de suspicacia; un sonido
imposible invade el espacio, una onomatopeya que proviene de un lugar
desconocido. Todos los pasajeros buscan el origen de aquella
lastimera súplica. Hasta que por fin descubren al causante de tal
sorpresa, un pequeño polizón: Un gatito transportado en el bolso de
una chica asomaba su pequeña cabeza en busca de aire y de alimento,
y su ama solo atinaba a acariciarle entre sus diminutas y puntiagudas
orejas. De inmediato, otra chica, invadida por la curiosidad y la
ternura, dirigió toda su atención al pequeño invasor para darle
otra ración de cariño, tal vez con el fin de acallar la angustia
del pobre felino, tal vez tan solo por el ansia de sentir su piel
terciopelada entre sus dedos.
Por un pequeño
lapso hubo sonrisas mutuas entre los abordantes del tren, se
resquebrajó la rígida estructura de la rutina cotidiana y la
grisácea realidad citadina tomó algo de color del arcoiris de los
ojos de aquel minino que viajaba inocente y clandestinamente entre
ellos. Por un momento olvidaron sus obligaciones, sus citas, sus
impuntualidades, sus tareas incumplidas, y centraron su atención en
el pequeño ser que infringía las normas que lo aplicaban y viajaba
impune en la misma dirección.