jueves, 16 de noviembre de 2017

El Polizón


Todo estaba dispuesto para abordar el tren: habían desfilado ordenadamente, cual soldados en formación para hacer honor al sumo comandante, respetando todas las normas cívicas, permitiendo la salida ordenada de los demás pasajeros, para luego sucumbir ante el impulso y arrojarse hacia la entrada del vagón como una horda de borregos desenfrenados. Se acomodaron en el reducido espacio de forma semejante a cigarrillos en una cajetilla, a fichas de rompecabezas, a bloques de Lego, ordenados casi a nivel molecular, ocupando cada diminuto resquicio, en una estructura tan rígida que solo indefensa ante la fuerza de la inercia. Cada uno de los pasajeros en su propio universo, embotado en la pantalla de su celular, bajo la estridencia del movimiento del tren sobre los rieles, de una música irreconocible proveniente de múltiples audífonos, de algún aislado susurro o de alguna conversación teléfonica que se escucha sin intención.

Inesperadamente, los rostros se ven invadidos por geston de suspicacia; un sonido imposible invade el espacio, una onomatopeya que proviene de un lugar desconocido. Todos los pasajeros buscan el origen de aquella lastimera súplica. Hasta que por fin descubren al causante de tal sorpresa, un pequeño polizón: Un gatito transportado en el bolso de una chica asomaba su pequeña cabeza en busca de aire y de alimento, y su ama solo atinaba a acariciarle entre sus diminutas y puntiagudas orejas. De inmediato, otra chica, invadida por la curiosidad y la ternura, dirigió toda su atención al pequeño invasor para darle otra ración de cariño, tal vez con el fin de acallar la angustia del pobre felino, tal vez tan solo por el ansia de sentir su piel terciopelada entre sus dedos.

Por un pequeño lapso hubo sonrisas mutuas entre los abordantes del tren, se resquebrajó la rígida estructura de la rutina cotidiana y la grisácea realidad citadina tomó algo de color del arcoiris de los ojos de aquel minino que viajaba inocente y clandestinamente entre ellos. Por un momento olvidaron sus obligaciones, sus citas, sus impuntualidades, sus tareas incumplidas, y centraron su atención en el pequeño ser que infringía las normas que lo aplicaban y viajaba impune en la misma dirección.